Javier Marquerie

Todavía hay especímenes salvajes por domesticar dentro del ecosistema urbano. O precisamente lo contrario: por preservar. El fotógrafo madrileño Javier Marquerie es uno de ellos, observador agudo de la realidad que le envuelve, pero apasionado de la que se imagina. Esta última transcurre en entornos verdes, coherentes y libres

Una entrevista de  con fotos de Fernando Morales
Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

¿Dónde estamos? Ojalá en el campo, un escenario congénito para Javier Marquerie. El hombre rural integrado en la vida urbana, por cuanto las obligaciones profesionales así lo requieren. «Me gustaría decir que vivo en una cabaña de madera en un valle castellano, pero me temo que no tengo la capacidad mental para aislarme de esa manera», admite.    Solamente sale de casa para ir al mercado o a la montaña, pero ese es otro tema. En esta ocasión, el entrevistado ha escogido posar para las fotografías en Madrid Río, «porque la renaturalización del Manzanares es un paradigma dentro del urbanismo madrileño».

¿Pero quién es él? Fotógrafo madrileño, situado en el lado opuesto de la cámara. «La conservación del medioambiente es mi motor vital», comenta a continuación. Estas dos vocaciones han desembocado en una mirada singular del entorno urbano que vamos a diseccionar a continuación. No utiliza coche ni bicicleta, tampoco patínete. «Prefiero los pinrreles y, si hay prisa, entonces el transporte público», asegura. Dispone de un híbrido enchufable para sus expediciones campestres, durante las que aprovecha para practicar la observación de aves. Su nueva aventura es El Vuelo del Grajo, y las que le quedan.

Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

«Somos la parte sucia de la naturaleza, somos la parte qué hace daño a la naturaleza, pero naturaleza a fin de cuentas. Dejemos de pensar que no pertenecemos al campo»

Como amante del campo, ¿qué pueden aprender las ciudades de ese campo?

Ahora se da una circunstancia muy curiosa. La gente de campo, que de una manera muy abstracta llamamos ‘los de lo rural’, quieren ser de ciudad: ambicionan la comodidad, la comunicación y el vivir urbano. Y sin embargo, los urbanos deseamos lo rural, aunque sin prescindir de nuestros lujos. Para contestarte creo que puedo citar a Luisa Abenza: «Si te tienes que preguntarte por lo que tienes que hacer para acercarte a la naturaleza, es que estás fuera de ella». Las personas que habitamos las ciudades, que construimos las ciudades, tal vez deberíamos terminar entendiendo que somos parte de la naturaleza. Somos la parte sucia de la naturaleza, somos la parte qué hace daño a la naturaleza, pero naturaleza al fin y al cabo. Dejemos de pensar que no pertenecemos al campo.

¿Y qué hacemos para garantizar su preservación?

Hay días que pienso que la conservación es simplemente un acto más de egoísmo humano para alargar la agonía de la biodiversidad de la Tierra. En otras ocasiones, las más normales, pienso que somos invitados en esta en este planeta. Compartimos espacio con otra gente, pero ‘gente’ en el sentido usado por el cazador en la novela Dersu Uzala, que decía «las piedras son gente, los árboles son gente». Así que todo se reduce a un poco de educación si lo piensas. Igual que uno no va a casa de un amiguete y le deja hecho un asco el retrete, nosotros, los seres humanos, deberíamos hacer un poco lo mismo en este planeta. Creo que la preservación consiste en tratar de ser lo menos cerdo posible y comprometerse a compensar nuestro carácter nocivo con acciones concretas.

Vayamos al principio, ¿de dónde viene tu pasión por la naturaleza?

Digamos que pertenezco a una generación en la que el primetime de la televisión lo ocupaba un tal Félix Rodríguez de la Fuente y un magnífico Jacques Cousteau. Era muy difícil permanecer ajeno a la naturaleza, aún siendo de ciudad. Luego hubo un momento muy concreto que hizo que todo se acelerase. Siendo bastante pequeñín, estaba en el campo y delante se me puso un pajarito de colores. Hasta ese momento pensaba que todos eran cigüeñas, gaviotas, golondrinas, gorriones, urracas y poco más, pero se lo señalé a mi madre y ella me dijo que era un carbonero. A partir de ahí empecé a fijarme en todo lo que me rodeaba, a entender que la fauna era maravillosamente amplia.

Sin embargo, «el olor a líquidos reveladores era permanente en casa», cuentas en tu bio. ¿Alguna vez tuviste la opción de ser cualquier otra cosa que no fuera fotógrafo?

La fotografía me motivó mucho, pero por alguna razón, de esas de las salidas laborales y demás tonterías, en plena post-adolescencia aposté por el cine y el vídeo pensando que iba a ser una opción más sencilla. Qué idiota, pensar que era más fácil… Al final, fui fotógrafo, y eso me ha permitido tener muchas profesiones, según mis intereses o mis apetencias. En los últimos veinte años he estado involucrado en un montón de campos que no tenían nada que ver los unos con los otros. A lo mejor es que he tenido muchas profesiones y un solo oficio: primero, con la cámara de vídeo, y luego, con la de fotos.

Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

«Se ha conseguido que la gente por debajo de 50 años viva a 10 kilómetros del centro de Madrid, ¿qué sentido tiene una ciudad envejecida o de tránsito?»

¿Cómo has visto transformarse Madrid a través del objetivo?

La verdad es que, salvo algún proyecto fotográfico puntual, yo a Madrid lo he seguido con los ojos abiertos, y me parece que los cambios que he visto tienen mucho de banales y de superfluos. Se ha hecho mucho, pero por ejemplo, no sé si procurar la amabilidad de la urbe ha estado entre las prioridades. Y si no se ha conseguido que la ciudad sea más amable para quien la vive, da la sensación de fracaso. Desde el punto de vista de la sostenibilidad, no he visto demasiada transformación tampoco. Los tejados de Madrid siguen sin pantallas solares, y eso que en Madrid hay mucho sol. También se producen atascos terribles a la hora del colegio, que en vacaciones se reducen casi a la mitad.

¿Y en el aspecto social?

Más de lo mismo. De una forma o de otra se ha conseguido que la gente por debajo de 50 años viva a 10 kilómetros del centro y, claro, ¿qué sentido tiene una ciudad habitada únicamente por personas mayores o personas en tránsito? Véase trabajadores que luego se marchan a sus sitios de residencia o turistas que están, pero al final se terminan yendo. La trayectoria de transformaciones que lleva Madrid, al menos en cuanto al núcleo dentro de la M30, indica que ya no se quiere un sitio para compartir, sino un lugar de paso.

Llevaste a cabo un proyecto que fusionaba imágenes de Madrid en la Guerra Civil con otras de los mismos puntos ocho décadas después, ¿qué sacaste en claro?

Que Madrid, y estoy seguro que el resto de ciudades también, es un bicho enorme y muy vivo. Que cambia, muta y se transforma continuamente. En el libro Madrid, qué bien resistes, yo contrastaba una ciudad destruida por la Guerra Civil con la urbe de 2015, y resulta que muchos collages ya se han quedado obsoletos. Hay edificios carismáticos que han cambiado su fisionomía y arterias como la Gran Vía totalmente transformadas, ¿pero sabes lo que más cambia en una ciudad? Sobre todo, la gente que la habita. Cambia en lo superficial pero también en lo más íntimo. Con la pandemia, con el liberalismo salvaje, con las cosas que van tan rápido… A uno le resulta difícil reconocer su propia ciudad.

Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales
Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

También estás implicado en una campaña arqueológica en el Valle de los Caídos. ¿Es la memoria histórica un elemento necesario para la reconversión de las ciudades?

En la reconversión, en la evolución, en el crecimiento, en los cambios… Debemos ser conscientes de por dónde ha pasado la ciudad porque son los cimientos sobre los que pretendemos construir la nueva urbe. Tener memoria de lo que ha sucedido en cada esquina. El asedio de mil días del ejército franquista, el levantamiento del 2 de mayo, el 11M, el 15M, la Movida, la pradera de San Isidro, la vida de Goya, las avenidas sin semáforos y accidentes de tráfico todas las noches… Tanto hacen ciudad los restos del alcázar del SIX como las chabolas del XX. Y, por supuesto, la memoria violenta y fratricida reciente es absolutamente esencial por el carácter de cicatriz que tiene.

Se discute estos días sobre el cierre del centro de Madrid al tráfico rodado, algo que ya se intentó con Madrid Central. ¿Fue un proyecto avanzado a su época?

No, para nada: llegábamos muy tarde a las limitaciones de tráfico. Me pareció curioso que se tachara de experimento y de barbaridad, cuando en realidad era algo muy común en Europa. Ya entonces, ninguna ciudad de mas de 100.000 habitantes tenía el centro abierto al tráfico rodado. Los mismos que denunciaron errores de forma en la ejecución de Madrid Central, los que se han quedado con el poder ahora, promueven un Madrid abierto de par en par, donde tomar cervezas y crear atascos a las 2 de la mañana todos los sábados. Según la presidenta de la Comunidad, es algo que nos imprime carácter.

¿En qué ciudades debemos fijarnos en materia de movilidad?

En las que han sido capaces de enfrentarse al problema con claridad y eficacia. Las que se han cerrado de manera más contundente al tráfico rodado de combustión. Y sobre todo, esas donde se ha conseguido transmitir el mensaje a la ciudadanía mediante unos políticos que han actuado todos a una. En 10 años, o menos, la gente ha aceptado que el vehículo no hay que utilizarlo, que luego te lo tragas todo. Esas ciudades que tienen su centro histórico cerrado a cal y canto… Esas ciudades me resultan emocionantes.

¿Qué echas en falta como peatón y usuario del transporte público?

Espacio, echo en falta espacio. No me vale con quitar los coches para llenarlo todo de terrazas donde tomarse las cañitas, o para que haya bicicletas y patinetes en zonas peatonales porque no hay canales aptos para su circulación segura. Creo que lo que me falta es la voluntad política para que los ciudadanos pueda andar cómodamente por la ciudad. Y con respecto al metro y autobús de Madrid, lo que más me preocupa es que acabe por perder el sentido de servicio público. Actualmente, las limitaciones de horarios y las frecuencias estipuladas son muy ridículas e invitan al ciudadano a utilizar su coche.

¿Cuándo desterraste el motor en favor del eléctrico?

Hace 7.500 km: el 31 de diciembre del año pasado. Por el trabajo que estoy haciendo, frecuento muchas zonas protegidas, así que era esencial desde un punto de vista ético.

Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

«Existe la creencia obsoleta de que la zona verde es algo que existe únicamente para el uso y disfrute del ser humano, cuando en realidad pertenece a la biodiversidad»

Hablabas del sol de Madrid, ¿cómo podríamos aprovecharlo?

En conciencia, deberíamos convertir todos los espacios útiles en granjas solares. Si te paras a pensar en ello 10 minutos, surgen un montón de posibilidades, que a priori parecen descabelladas y con un impacto estético muy elevado, pero en realidad muy relativo. Por ejemplo, cubrir las autopistas de circunvalación, las grandes vías de acceso o ciertas avenidas con una estructura que soporte los paneles. Además de la inmensa superficie, se conseguiría reducir la temperatura al evitar el calentamiento del asfalto.

Zonas verdes urbanas, ¿pocas o deficientes?

Existe la creencia obsoleta de que la zona verde es algo que existe únicamente para el uso y disfrute del ser humano, cuando en realidad pertenece a todo el conjunto de la biodiversidad. El arbolito ya no debe ser considerado como algo que hace bonito y da sombra en verano. Un parque debería estar pensado, conservado y gestionado teniendo en cuenta la fauna y la flora autóctona como prioridad. Esto no se está produciendo en la Comida de Madrid: hasta zonas extra urbanas, con protección medioambiental especial, tienden a ser gestionadas como parques para ir con la bicicleta o para hacer deporte.

¿Los movimientos migratorios de las aves también hablan de la situación ambiental?

¡Y de qué manera! Hay aves que ya no viajan, otras que viajan menos y especies que eligen destinos diferentes. Es muy llamativo, pero esto del cambio climático va a toda leche. Hace 30 años, tenías 20 días del mes de julio que eran críticos. Ahora resulta que en mayo llegamos a los 37 grados y la media de temperatura es alta hasta septiembre. Las aves realizan las migraciones, no porque les guste el turismo, sino porque buscan unas condiciones de habitabilidad que pierden en determinadas épocas. Si en invierno no pueden estar en Finlandia, las grullas se bajan a Extremadura, y sí los vencejos en el julio keniata corren peligro de combustión espontánea por exposición al sol, pues se vienen hasta España. Entonces, si las condiciones climatológicas varían, a las grullas les vale con quedarse en Francia y los vencejos se conforman con el África mediterránea.

Un hombre que mira tanto al cielo, ¿qué siente al contemplar la boina gris?

Asco. Aunque, para esto también es buena la memoria: cuando era pequeño, la boina era mucho más negra y densa. Pero esto no debe, para nada, tranquilizarnos.

Si dependiera de ti, ¿cómo sería Madrid mañana, cuando nos despertásemos?

Sería un sitio que iría a cámara lenta: comeríamos más despacio, trataríamos de perder el tiempo en lugar de luchar por ganarlo e iríamos andando a los sitios. Suena muy naíf y hasta infantil, pero si se le da una vuelta al tema, es fácil entender que en la velocidad está la mayor parte de los problemas.

Javier Marquerie. Foto: Fernando Morales

5 cambios para la ciudad del futuro

1. Cierre a la circulación de coches privados.

«En Madrid es necesario implementar con carácter de urgencia el cierre a la circulación en todo el centro ampliado. Algo como Madrid Central podría ser el punto de partida, pero con un plan de ampliación claro y ambicioso. Se requieren medidas disuasorias contundentes, junto con ayudas igual de contundentes. Y, sobre todo, que las decisiones técnicas no sean difuminadas por las disposiciones políticas ni por las negociaciones con gremios y sectores comerciales».

2. El ahorro como modelo ecológico.

«No podemos querer una ciudad más limpia y demandar sin freno electricidad a granjas solares que degradan el medio rural; no podemos solicitar medidas publicas más verdes y, al mismo tiempo, comprar fruta fuera de temporada, aunque su origen sea transoceánico. Jamás seremos capaces de saciar nuestras necesidades de consumo, pero debemos educar ecológicamente al ciudadano para que el ahorro no se considere una cuestión meramente económica».

3. Fomento de la autoproducción eléctrica.

«Debemos incentivar, en lo privado y lo público, el uso de pantallas solares. Una vez más, podemos hacerlo con ayudas para su instalación, pero también encaminándonos hacia la obligatoriedad de su empleo en obra nueva y reforma profunda. Ese movimiento solo cubrirá una fracción de las necesidades de la urbe, pero es clave por dos razones: nos hará conscientes del coste y del espacio que se requiere, a la vez que reducirá el impacto medioambiental de las granjas solares».

4. Consideración de la ciudad como un ecosistema más.

«La fauna y flora tienden a asimilar la ciudad como algo propio y digno de ser utilizado, pero el humano se resiste a cederles terreno. Hay numerosos ejemplos de que la convivencia es posible, incluso invisible a los ojos de las personas, y al final beneficiosa para todos. Esta consideración conllevaría evitar la presencia de especies aloctonas, tanto animales como vegetales, y fomentar las autóctonas para que remonten de las épocas bajas por las que atraviesan».

5. La ciudad no es una serie de promociones inmobiliarias.

«Está formada por humanos que viven en edificios, no al revés. Este principio, que podría parece tan obvio, no suele encontrarse muy presente en las decisiones de los ayuntamientos. Y cuando se maneja la repercusión sobre el ciudadano, suele estar asociada al resultado de encuestas y votos».