Elvira Lindo en Nueva York. Foto: Xavi Menós.

A Elvira Lindo (Cádiz, 1962) lo que le gusta es contar historias. No importa el formato (novela, artículo, entrevista, guión…), el medio (libro, prensa, radio, televisión, cine) o que sea ficción o realidad. Transmite su inmenso disfrute en el camino, en la búsqueda de los personajes, en el ‘eso’ que narrar, expandiendo a sus protagonistas por dentro y proyectando en sucesivos despliegues su entorno (pasado, presente y futuro). Sin impostura ni trascendencia artificial, porque las palabras se bastan, cuando están bien escogidas, para marcar la importancia de las cosas.

Su empeño, afortunadamente, siempre es el mismo. Sean las aventuras de un niño travieso como Manolito Gafotas, las vidas corrientes (o no) de las dos barrenderas de Una palabra tuya, las fotos y textos que testimonian los viajes de Muñoz Molina para documentase para una novela (Memphis-Lisboa, editado con mucho gusto por Lindo&Espinosa, sello del que también forma parte, otra manera de seguir contando historias), los sueños no cumplidos (La vida inesperada), el día a día de un invierno en Nueva York (Noches sin dormir), ensayos que reivindican a creadoras olvidadas (30 maneras de quitarse el sombrero) o la actualidad político-social-cultural de un país que parece (casi) siempre enfadado consigo mismo y que tan bien radiografía en sus artículos.

Ahora se cumplen veinte de años de la aparición de El otro barrio, la que fue conocida en su día como “la primera novela para adultos de Elvira Lindo”, como si las de Manolito Gafotas no lo hubieran sido antes. Planeta saca una edición especial de bolsillo, en su editorial Booket, con un prólogo exclusivo de la autora.

Un recuerdo de infancia o juventud relacionado con viajar en coche.
Mi infancia transcurrió en un coche. No solamente cambiábamos de ciudad por el trabajo de mi padre (era auditor), por si fuera poco, a él le encantaba sacarnos a hacer excursiones en coche todos los fines de semana. Éramos seis en un coche pequeño, a veces venía también mi tía. Y mi padre, fumando. Ahora lo recuerdo como una pesadilla cómica.

¿Cómo era tu primera bicicleta?
La de mis hermanos. No tuve una propia.

¿Y tu primer coche?
No sé si te refieres al de mi padre. El de mi padre, un seiscientos. El de mi marido, un Suzuki. Yo no conduzco.

Un viaje en coche, moto o bicicleta que nunca olvidarás.
En bicicleta, no hace mucho, en un parque de Amsterdam. Me daba mucha rabia no atreverme a ir por la calle en bici, y al final poder hacerlo en un parque me proporcionó mucha felicidad. No olvidaré un viaje con mi padre. Tendría yo dieciocho años. Íbamos por una carretera comarcal y había mucha niebla. Paramos porque un jabalí se paró en mitad de la carretera. Y ahí estuvimos, mirándolo, y mirándonos él, hasta que se marchó.

¿Cuál es tu ciudad favorita para caminar?
Madrid. En su momento fue Nueva York. Lisboa me encanta, a pesar de las cuestas.

Cuando llegas a una ciudad desconocida, ¿en qué transporte te gusta recorrerla?
Andando, por supuesto.

¿Hábitos y manías en tus transportes diarios?
Pues la manía de levantar la mano en cuanto veo un taxi libre. Estoy tratando de desintoxicarme.

¿Qué medio de transporte de ficción (que aparezca en un libro, película, serie…) te gustaría probar al menos una vez?
Una avioneta por encima de un paisaje espectacular. La que aparece, por ejemplo, en Memorias de África.

¿Qué viaje tienes como asignatura pendiente y en qué transporte te gustaría hacerlo?
Me gustaría ir a las pequeñas ciudades del norte de Italia. Mantua, Turín, Verona… Me gustaría hacerlo en coche, pero necesito un conductor.

¿Cómo imaginas el futuro de la movilidad?
En las ciudades el transporte privado cada vez estará más restringido. En los pueblos, desgraciadamente, con el desmantelamiento de muchos servicios públicos la gente estará condenada al coche. Eso, para mucha gente mayor, como se ve en Estados Unidos, es un motivo de aislamiento y un peligro.