Madrid: bienvenidos al siglo XX
Texto y fotografía de Javier Marquerie Bueno
Sorprende ver la tozudez con la que la nueva alcaldía de Madrid afronta el asunto de Madrid Central. José Luis Martínez-Almeida (Madrid 1975), sin duda, se encuentra a merced de los imperativos del juego democrático en los que se ha sumido gracias a sus pactos con Ciudadanos y, sobre todo, con VOX. En la ciudad de Madrid, estos tres partidos están unidos básicamente por un sentimiento compartido, y no tanto por un programa de gestión común. Cada uno de los grupos, desde sus posiciones más o menos diferenciadas dentro del espectro de la derecha y desde su anterior lugar en la oposición en el gobierno consistorial, tomaron como principal leitmotiv de su política municipal el ataque frontal a Manuela Carmena y los resultados de su gestión. Esta férrea pugna por menospreciar la labor de la alcaldesa y su equipo nunca dio buenos resultados.
Era muy difícil menospreciar la reducción en un 54% de la deuda heredada de la ciudad, aunque esto fuese así gracias en gran medida a la no ejecución de los presupuestos en los dos primeros años de legislatura. Se atacó duramente la semi peatonalización de la Gran Vía, pero al poco de su inauguración era difícil decirle a los madrileños que era una mala cosa. Intentaron buscarle las cosquillas a cierta inacción en las infraestructuras, pero el consistorio reactivó la «Operación Asfalto», dormida desde hacía años, y arregló el pavimento de dos millones y medio de metros cuadrados de calles y carreteras municipales, incluida la M-30.
Tras unos primeros pasos imprecisos, la gestión cultural de Madrid ha dejado un cuatrienio realmente espectacular. La oposición alzó la voz respecto a la limpieza de las calles, pero resultó que la privatización del servicio de limpieza de Madrid y sus condiciones, y por tanto resultados, fue firmado por Ana Botella y se extendía hasta 2021. Estaba resultando muy complicado menospreciar la gestión del consistorio y se necesitaba con urgencia un torpedo a la línea de flotación del Ayuntamiento.
Con Inés Sabanés al frente de la concejalía de Medioambiente y movilidad, el Ayuntamiento se enfrentó a los graves problemas que tenía, y tiene, la ciudad. Con lustros de dejadez y olvido sobre el problema del tráfico y la actualización de los sistemas de transporte sostenible, pasó de ampliar las Áreas de Prioridad Residencial (APR) a unificarlas incluyendo nuevos barrios. Estas APR se habían implementado a partir de 2004 y afectaron a los barrios de Letras, Cortes, Embajadores y Ópera. En ellos, la entrada estaba prohibida a no residentes y vigiladas con cámaras. Y, por supuesto, las multas interpuestas a los infractores no eran precisamente pequeñas. Básicamente era lo mismo que Madrid Central, pero con un tercio de su tamaño… y un tercio de su eficacia. A buen seguro la activación del proyecto iba a ser polémica, ya que afectaba a muchos ciudadanos y multitud de costumbres adquiridas se verían alteradas. Planteado de forma natural como un compromiso que los ciudadanos iban a tener que suscribir en beneficio de su salud, la sostenibilidad y el futuro, con sus ventajas e inconvenientes, la apuesta del ayuntamiento por aplicar una medida de este calibre al final de la legislatura podría ser muy poco beneficiosa para las aspiraciones a una reelección.
Cuando finalmente en diciembre de 2018 se inauguró Madrid Central, la oposición rápidamente hablo de catástrofe económica en los comercios y de un paradójico aumento de la contaminación.
El paroxismo de la campaña electoral
Estando así las cosas, tanto el PP como VOX y, en menor medida, Ciudadanos se lanzaron a una campaña electoral sin freno verbal: Carmena había traído el infierno a la ciudad y Madrid Central era las calderas de Pedro Botero. Acusaron al consistorio de ineficacia en la lucha por disminuir la contaminación y de estar arruinando a los comerciantes de la zona afectada. Amén de haber sumido al ostracismo a los vecinos de la zona de bajas emisiones y privado al resto de poder pasear en coche por la almendra histórica.
Martínez-Almeida prometía a los cuatro vientos que su primera medida sería abrir Madrid Central y volver al status anterior. A Ortega Smith parecía que la vida le iba en ello a juzgar por sus proclamas contra la limitación del tráfico. Pero el colmo de la diarrea verbal que padecían los candidatos de la derecha llegó de la boca de Isabel Díaz Ayuso, cabeza de lista del PP para la Comunidad de Madrid, cuando dijo, sin sombra de vergüenza, que «un atasco a las tres de la mañana de un sábado es una señal de identidad de Madrid».
Y llegaron las elecciones. El escrutinio fue aplastante: Más Madrid, la candidatura de Manuela Carmena obtenía en el distrito centro —principal afectado por la operación— 32.000 votos frente a los 11.000 conseguidos por el Partido Popular. Estos resultados dejaban bien claro que los afectados por Madrid Central parecían más que satisfechos con la operación. Aunque el escrutinio de la totalidad de votos en Madrid le otorgaba la victoria a Más Madrid, Manuela Carmena perdía el bastón de la alcaldía ya que la suma de sus apoyos más los del PSOE no daba para superar a las tres derechas. PP, Ciudadanos y VOX se apresuraban en aupar a la alcaldía a Almeida. Ninguno de los tres se preguntó entonces por el famoso pacto secreto PP-VOX ni los naranjas se sonrojaban por hacer manitas con los de extrema derecha. El objetivo se había cumplido: Carmena era historia.
Almeida, ciego ante la realidad de que Más Madrid era la fuerza más votada en toda la ciudad, que su candidatura había bajado de 563.000 votos a 394.000 y que desde todos lados le llegaban mensajes que le exhortaban a aflojar con el tema de revertir Madrid Central, en sus primeras declaraciones como alcalde prometió el cambió. Poco después anunciaba una moratoria para las multas interpuestas y la decapitación de Madrid Central para el 1 de julio. El paquete de medidas contaminantes también incluía suprimir los semáforos de la N-V (carretera de Extremadura) a su paso por los barrios de Carabanchel y Aluche, así como los radares que se habían colocado en la misma carretera.
El BBVA, fuente en absoluto dudosa en estos temas, daba un espaldarazo a Madrid Central publicando un informe en que confirmaba que el gasto había aumentado un 8,6% respecto al año anterior en la zona de bajas emisiones durante la navidad. Las estaciones de medición de contaminación acusaban un descenso en abril del 48% de NO2 respecto al mismo mes del año pasado. Los medidores de los barrios limítrofes anulaban el temido efecto frontera. Europa amenaza con multar por exceso de contaminación y, la nueva configuración de la ciudad —con la disminución de caudal circulatorio de la Gran Vía a la cabeza—, parecen no afectar al alcalde. La inversión realizada por varias empresas para implantar servicios de vehículos 0 emisiones en la almendra central, la disminución de plazas de aparcamiento para vehículo de fuera y el gasto de desmantelar cámaras y equipamiento tampoco se intuye que le preocupen. Sin olvidar —combine recordarlo con frecuencia—, que la inmensa mayoría de vecinos están satisfechos con el programa.
¿Por qué esa huida hacia delante en un callejón sin salida? Una vez conocido el famoso pacto secreto con VOX, y a falta de saber qué implicaciones tiene ese “pasar a la oposición” que Iván Espinosa de los Monteros ha anunciado, sobre Almeida se sitúan los fantasmas del regreso de los titulares proporcionados por la formación verde —qué contrasentido que ese sea el color de VOX— encabezados con el punzante “la derechita cobarde”. Ellos, la ultraderecha, no tienen nada que perder en esta guerra. Ellos no mandan. Ellos solo manejan en la sombra los hilos del títere, acobardado ante la idea de seguir perdiendo seguidores.
Quizá estén esperando que una intervención europea y un poco de maquillaje les ayude a salir airosos del clásico caso de «promesa electoral no cumplida”. Esperemos que así sea y que Madrid regrese al S-XXI en materia de sostenibilidad.