Bicicletas para volver a empezar

Distintas asociaciones de València desarrollan programas específicos, donde las bicis se convierten en vehículos de integración social para mayores, inmigrantes, víctimas de la violencia machista o personas sin recursos económicos. Reparar, pedalear, arrancar.

La bicicleta es el horizonte; la bicicleta nos hace libres. Hay pocas emociones comparables a la autonomía de pedalear con la fuerza del propio cuerpo y dirigir el manillar en la dirección deseada, eligiendo el camino que queremos recorrer. Eres soberano, dueño de tu destino. Los límites pasan a estar tan lejos como quieras, tan cerca como pretendas, porque el vehículo es solamente un medio —de transporte— que ayuda a conectar un lugar con otro. Un instrumento que empodera y estimula. Y por tanto, una herramienta adecuada para la intervención social, mediante la que diversas asociaciones están trabajando en la integración de colectivos desfavorecidos.

En València hay programas muy diferentes, ya sean escuelas para aprender a pedalear, talleres de reparación de bicicletas o rutas en grupo para conocer mejor la ciudad y sus alrededores. En Etiqueta Zero ya hemos hablado de aquellas iniciativas que favorecen la movilidad de personas con diversidad funcional. Esta vez nos centraremos en quienes, sin padecer ninguna enfermedad física ni mental, se encuentran en riesgo de exclusión social, como pueden ser las mujeres migrantes, las personas sin hogar, los mayores que se enfrentan la soledad o los menores recién salidos del reformatorio. Son solo algunos ejemplos; hay tantas historias como individuos.

Imaginemos a una mujer maltratada que se siente sola, vulnerable e incapaz; que se siente inútil. De repente descubre que puede pedalear, superar sus miedos y desplazarse por sí misma; echa a volar. A partir de aquí, explotemos las propiedades terapéuticas de las dos ruedas.

SANT JOAN DE DÉU. Reparar el futuro profesional

En València hay 939 personas sin hogar, según el último censo del Ayuntamiento. Algunas de ellas pernoctan en albergues públicos, pero están lejos de la reinserción social. En la reversión de esta tendencia trabajan entidades como Sant Joan de Déu, perteneciente a la orden religiosa y hospitalaria San Juan de Dios, que no solo atiende las necesidades básica de los usuarios, sino que procura su formación para que aspiren a un futuro mejor. Esto pasa por encontrar un trabajo, que bien puede ser en la mecánica de bicicletas. Así es como en 2015 nació Tándem, un taller situado en el barrio de Sant Antoni, completamente abierto al público, donde no solo se les invita a participar en la reparación, sino que se adquieren valores como el trabajo en equipo, el respeto por la puntualidad o la atención al cliente. Si son inmigrantes, también practican el idioma.

Juan Manuel Rodilla, coordinador de Intervención Social en la agrupación, nos explica que de los 100 residentes en el albergue ocupacional, alrededor del 40% acaba cursando el programa de bicicletas, además de los que vienen de fuera (colaboran con centros públicos y pisos tutelados). «Algunos muestran una afinidad inicial, otros no tienen ninguna vocación definida, pero a todos les sirve para renovar sus habilidades laborales», garantiza. Se celebran cuatro ediciones al año, de 12 semanas de duración, con grupos de cinco personas. Los alumnos se reparten las tareas, tales como la limpieza, la atención o el orden, además de celebrar asambleas, en las que analizan su propia evolución y la de sus compañeros. «Es gente que viene de la calle y que no tiene nada. De repente, empiezan a socializar y ves como van ganando confianza», relata Leo, su profesor.

 

La mayoría termina el curso, pocos son los que abandonan. Pero el índice de inserción laboral sigue siendo bajo porque muchos se encuentran en situación irregular. «Nuestra función paralela es la sensibilización de las empresas, al menos para que les dejen hacer prácticas y tengan un contacto real con el trabajo», asegura Alberto, quien ejerce de orientador laboral. Ha habido casos de éxito, como el de una chica que actualmente trabaja en un taller mecánico del centro, y de paso desmonta cualquier prejuicio de género. Una segunda vía de integración es que la entidad cede vehículos a quienes los necesiten para trabajar (por ejemplo, en bicirreparto) o para llegar a sus puestos, e incluso recupera modelos infantiles y los entrega a centros de menores. Para ello se establece una sinergia con Bicis para Todas, iniciativa de la que hablaremos a continuación.

Todo contentos, incluyendo al barrio. «Cuando se abrió Tándem, empezaba a haber bicicletas en València, pero muy pocos talleres. Poco a poco fueron viniendo los vecinos, a quienes se les cobra una cantidad simbólica, que se destina al mantenimiento del proyecto», dicen. Un proyecto que ha dado mucho a personas como Lionel. Después de años en la calle, ahora se encuentra en un piso tutelado, ha pasado por el taller y habla maravillas del curso. «Me ha enseñado mucho. De mecánica de la bici no sabía nada, ahora sé algo. Pero sobre todo, el trabajo con la gente. Y que antes no me importaba nada, y ahora sí», admite. Esta semana tiene una entrevista de trabajo.

BICIS PARA TODAS. Abrir la puerta al barrio

Xenillet es un barrio de Torrent habitado, en un 90%, por familias de etnia gitana. Durante mucho tiempo ha sido un entorno marginal, con miles de personas en riesgo de exclusión, donde ahora se están desarrollando diferentes iniciativas para la vertebración social. Entre ellas, Bicis para Todas, impulsada por AMA y Col·lectiu Soterranya. Se dedican a la recuperación de bicicletas en mal estado, que reparan y entregan a gente sin recursos, ya sea mediante las asociaciones con las que colaboran (Cruz Roja, Valencia Acoge, Sant Joan de Déu…), o tratando directamente con los particulares cuya situación lo justifique. «Son donaciones de otras personas, o a lo mejor las recogemos de la basura. Valoramos si se pueden recuperar y entonces pasan al taller. Si no es así, usamos las piezas para reparaciones y chatarra», explica Toni Velarde, al frente del proyecto.

A su lado está Chema, otro de los principales colaboradores. Son tres mecánicos, diez voluntarios y pare usted de contar. Activaron la iniciativa hace 5 años, con apenas 400 euros, pero en 2016 ganaron un premio de la Generalitat y las cosas echaron a rodar. En este tiempo han efectuado 835 entregas y, a día de hoy, tienen unas 400 bicis almacenadas en un bajo de cesión municipal.

Ahí nos encontramos esperando a John, un chico extranjero que vive en El Vedat (Torrent), pero todos los días recorre 6 kilómetros hasta llegar a su puesto de trabajo, en Picanya. No tiene dinero para comprarse ningún tipo de vehículo. «A través de una amiga en común conocimos su caso y decidimos a ayudarle. Teníamos una bici adecuada para su altura y sus necesidades», relatan. Admiten que hay cerca de 200 personas en lista de espera, por lo que les toca cribar, y priorizan a quienes las necesitan por motivos de trabajo. «Luego están los fraudes, pero se detectan enseguida, porque es gente que se pone exquisita», revelan. Han hecho llegar bicicletas a todas partes del mundo, incluso a campamentos de refugiados, y eso sin ningún camión de reparto.

Confían en que la gente venga, o en que alguien vaya, porque al final la solidaridad se regula por sí misma. Se generan bonitas conexiones sin apenas pretenderlo, como por ejemplo, la bici donada por una niña de 10 años que ahora se destinará a un pequeño en el Sahara. «Le haremos llegar la fotografía a sus padres para pueda ver, por sí misma, el resultado de su acción», apuntan.

  

La ubicación es clave, y además consecuente. Xenillet es un barrio conflictivo, pero han sabido ganarse el favor de sus gentes. Los niños entran y salen del taller a su antojo. «Al principio no sabíamos cómo gestionarlo, pero luego nos dimos cuenta de que no tenía ningún sentido hablar de integración y cerrarles la puerta», dice Velarde. Así fue como activaron proyectos paralelos,  relacionados con el medio ambiente o con la atención a la infancia, en colaboración con algunos voluntarios que son biólogos o educadores. En la nave de enfrente han instalado Torrent Activa: se trata de una suerte de escuela municipal, con biblioteca, ludoteca y hasta un comedor.

AULA DE LA BICI. Cualquiera puede pedalear

Algo que los niños saben mejor que los adultos es que todo es posible. Y por tanto, que cualquiera puede pedalear. Ellos, que no tienen miedo a nada, que todavía carecen de traumas, se entregan al deporte con pasión y reciben el aprendizaje como recompensa. Los adultos, por el contrario, arrastran un remolque de vergüenzas, un equipaje de bloqueos, que lastra su avance. Para aliviar este peso, aparece Aula de la Bici, una asociación orientada a afianzar las habilidades ciclistas, donde admiten (desde hace poco) a los pequeños, pero atienden sobre todo a los mayores.

«Todo empezó hace nueve años, cuando un grupo de componentes de València en Bici nos dimos cuenta de que cada vez había más ciclistas en la ciudad, pero se circulaba muy mal. El propósito inicial era mejorar la convivencia y evitar los conflictos», relata el formador y coordinador Andres Maicas. «Cuando organizamos el primer curso, comprobamos que algunas personas no es que no supieran circular, sino que directamente no sabían montar en bici. Nos quedamos mirándonos y dijimos, venga, pues les ayudamos», prosigue.Y así es como han terminado impartiendo cursos, cada uno valorado en 70 euros (vehículo, seguro y formación), que se destinan a la financiación de las bicis y a los monitores. «Pero si alguien no tiene dinero, no paga y ya está», aseguran.

En total, se aprende en ocho horas, repartidas en cuatro clases y no más de dos semanas. «Nos basamos en programas internacionales, como el método BikeAbility, donde se parte de la idea de que todo es cuestión de confianza», señala. Los alumnos pedalean desde la primera clase, algo que antes costaba tres. Si llevas muchos años sin coger la bicicleta, procurarán que recuperes destrezas básicas, desde girar con soltura el manillar, a subirte en el sillín de forma ágil. En el caso de los cursos de circulación, insisten en que no son profesores de educación vial, sino que trabajan las aptitudes básicas y las habilidades sociales, especialmente la gestión de conflictos con los conductores de coche. «A veces no puedes evitar el insulto, pero sí el pitido. Cuando el ciclista se muestra seguro, ayuda a calmar al resto de agentes de la calzada», explican.

Están exentos de cualquier ayuda por parte de la Administración, a pesar de haberse presentado a diferentes concursos. No obstante, colaboran con centros de mayores, violencia machista o diversidad funcional (Asperger o Down). «Hemos tenido casos muy duros. Hay mujeres de 50 o 60 años, que de pequeñas no han podido tocar la bici porque era para chicos, y de repente, al empezar a pedalear, ganan una libertad brutal», relata. Toda una vida creyendo que no podían, y mira por dónde. «O mujeres maltratadas, para quienes tiene un componente de psicología brutal, porque de repente las empoderas», revela Macías. Hablaremos de ellos a continuación. La teoría está en Internet y la práctica, al alcance de cualquiera. El verdadero desafío es derrocar el miedo, que paraliza las piernas. «Nadie ha terminado el curso sin aprender a montar en bici», promete.

VALENCIA ACOGE. Hacer parada en el nuevo hogar

Son las 18.30 horas de la tarde de un martes y un pelotón femenino avanza, a ritmo lento, pero implacable, por los jardines del Río Turia. El movimiento es lo suyo: ellas son mujeres migrantes, que tuvieron que cambiar de país, y que han encontrado en la bicicleta el abrazo de València. Todo gracias a un proyecto que puso en marcha, hace ya tres años, el colectivo Valencia Acoge. y que lleva como nombre Empoderamiento sobre ruedas. «Empezamos enseñando a mujeres que nunca habían aprendido a montar en bici, o que sí sabían, pero tenían miedo de moverse solas por la ciudad», explica Luisa Vidal, psicóloga del programa. «Esto nos reportó cosas muy positivas, primero desde la perspectiva de género, porque algunas venían de culturas donde no estaba bien visto; y también por un tema de autonomía, les hizo trabajar en la confianza», añade.

El proyecto ha contado con la colaboración de voluntarios para las clases, asociaciones que han donado bicicletas (volvemos a Bicis para Todas) y hasta colegios que han cedido cascos. Hasta la fecha, por él han pasado cerca de 40 alumnas, de 15 nacionalidades diferentes, y edades comprendidas entre los 20 y los 60 años. Sus historias recorren caminos  bien distintos, desde el Norte de África y el Sur de América, hasta converger sobre la bicicleta en València. Es el caso de Oulaya, procedente de Marruecos, a quien le costó más de tres meses aprender a pedalear, «por el miedo y por los nervios». Lo importante es que se cayó, se levantó y persistió. También está Doumbia, quien sufrió un pequeño accidente y tuvo que recibir puntos, pero tiró de resiliencia y no se dejó amedrentar. «No puedes dejar que la bicicleta te pueda, yo le podré a la bicicleta», decía.

Esta tarde se ha producido la primera salida después de la crisis del Covid-19, que a algunas de las mujeres migrantes les ha golpeado con especialidad intensidad, al encontrarse en situaciones familiares complicadas, con pocos recursos económicos o difícil acceso a los medios digitales. Es por eso que intentarán organizar rutas más frecuentes, quizá semanales, durante los meses de verano. Cada jornada se marca un itinerario distinto, que bien puede ser por València (hoy, desde el puente de Serranos hasta Patraix), o por las inmediaciones (han llegado a hacer rutas largas, como la Vía Verde hasta Jérica), con el objetivo de que descubran el entorno y sientan que la ciudad también es suya. Conforme más pedalean, más avanzan, física y psicológicamente.

El pelotón se organiza por grupos, que lideran las que tienen más conocimientos, para ir guiando a las demás. Quienes empiezan desde cero están paradas, en bicicletas a las que les quitan los pedales, o sencillamente dando vueltas en círculo hasta que ganan confianza. «Pero otras muchas saben montar, lo que pasa es que les da miedo es ir solas por la ciudad, y de ahí las rutas». Al preguntarles por los efectos del curso, la palabra más repetida es «libre», junto con «espacio propio», «aire fresco» o «independencia». Para estas mujeres, pedalear se convierte en un acto de autodeterminación, casi reivindicativo, que iguala sus capacidades con las de los hombres, que las desencasilla del rol de madres (de hecho, hay una voluntaria que se queda a cargo de los niños) y que las reconecta con una infancia donde les fue negado el derecho de conducir.

También les permite combatir la soledad y el aislamiento. «Entran en contacto con otras mujeres que tienen historias parecidas y, al final, se genera un espacio de socialización y de intercambio cultural muy bonito. Observas cómo las que van aprendiendo enseñan a las nuevas, se ayudan. Y poco a poco, personas que se sienten poco integradas se hacen amigas», concluye Vidal.

La bicicleta como vehículo de la amistad. De la integración, de la independencia. Un arma de dos ruedas, capaz de fulminar los miedos. Si se deposita en los pies adecuados, puede ser un motor de cambio definitivo, que además de fomentar una movilidad sostenible, también haga más equilibradas las estructuras sociales. Se trata de reparar el futuro, de abrir la puerta a un mundo más interesante. De educar en la libertad y ser más hospitalario. De volver a empezar.