Caro diario

«Hay algo que me gusta por encima de todo», dice la voz en off de Nanni Moretti mientras escribe en el diario al comienzo de su maravillosa película Caro diario (1993). Del papel pasamos a un plano subjetivo de una calle vacía, serpenteante… Ir en vespa por las calles de Roma en un día de verano es algo que me gusta por encima de todo».

La película de Moretti es una de esas a las que trato de volver cada verano. Y como al director italiano en ese primer episodio de los tres que conforman la película, en cuanto llega el verano y la ciudad se vacía, tengo el irrefrenable deseo de coger la vespa y recorrer la ciudad. Hago mi particular recorrido panorámico de los edificios del centro de València. Subir por la Calle de la Paz, girar por San Vicente y, a falta de barrios romanos como Garbatella o Spinaceto, las calles de La Xerea, Algiròs o los chalets de los periodistas forman parte de un recorrido que suele terminar en el Marítimo.

En esos recorridos veraniegos, sin la BSO de la película que acompaña ese paseo zigzagueante por una Roma vacía de ferragosto a ritmo de Khaled, Leonard Cohen o Juan Luis Guerra, me conformo con mi propia voz en off  y, tal y como hace Moretti, me fijo en los edificios y me paro a mirar los áticos donde me gustaría vivir. Esa voz en off, con la que me relato a mí mismo lo que veo, y esa observación lenta permiten captar mínimos detalles de un paisaje urbano alterado por la huida de los vecinos y el cierre de comercios.

En este recorrido de moto-flâneur, a veces sin rumbo, y casi siempre sin prisa, trato de reconciliarme con mi ciudad sin atascos y con el aire de cara, como si fuera un turista en mi propia ciudad.

Hace ya bastantes años que ‘traiciono’ a la vespa con un poderoso oponente: una bicicleta plegable que uso diariamente para ir a trabajar. Y aunque de vez en cuando cojo mi vieja PX de marchas para hacer recados o para alguna mañana ajetreada de una punta a otra de la ciudad, la ferocidad del tráfico y las prisas la convierten en un simple telón de fondo.

Por eso viene bien volver a ver la película de Moretti, que en ese capítulo inicial cristaliza con esos planos subjetivos de él mismo sentado en su vespa el portento de contar lo simple, el devenir de los pequeños detalles, la celebración de lo conocido y la importancia de la observación. «Qué buena sería una película hecha solo de casas, panorámicas de casas», dice Moretti. Con o sin vespa. Ya lo creo.