Foto: Verónica Francés Molina
Alba Braza (València, 1980) es licenciada en Historia del Arte. Y precisamente el arte, y también la cultura, son los que escriben su historia actual. Se dedica al comisariado de exposiciones (desde Culturamas SL y de manera independiente) que siempre atraviesan los límites de la propia muestra, no solo invitando a la reflexión, sino también a actuar.
Una de ellas es “Desplazamientos sediciosos (Arte, feminismo y participación)”, que se pudo visitar hasta el 18 de enero en Las Naves de València. Una propuesta que tuvo una extensión fuera del espacio expositivo con “Damas en bicicleta”, paseos a dos ruedas que, como apuntábamos en el párrafo anterior, despiertan en el público la necesidad de abandonar su papel pasivo y formar parte activa del proyecto artístico.
«Damas en bicicleta», actividad externa de la exposición “Desplazamientos sediciosos». Fotos: Michael Urrea Montoya
Durante mi infancia viajábamos mucho en coche porque hasta la juventud viví en Sevilla, pero mi familia se encontraba entre València y Cádiz. Éramos de esas que en Navidad viajaban de lado a lado cargados con el pavo ya cocinado en la baca del coche y en verano leíamos durante el viaje “Vacaciones Santillana” hasta marearnos y parar…
¿Cómo era tu primera bicicleta?
(Risas) Me ruborizo un poco al contarlo. Mi primera bicicleta es la que llevo, en estos días cumple un añito, el mismo tiempo, literal, que sé montar en bici. Propuse “Desplazamientos sediciosos / Damas en bicicleta” para experimentar con muchas cuestiones sobre arte, feminismo y participación ciudadana… pero también por experimentar con este medio. Esta razón había quedado en privado hasta ahora que me invitáis a esta entrevista y metéis el dedo en la llaga. Sí, no sabía ir en bici, pero lo deseaba desde hacía mucho tiempo y no encontraba el modo. Pensé que, por un lado, era un reto para mí pero también que mi caso podría ser representativo de muchas otras personas en mi misma situación.
La misma semana que se hizo oficial que “Damas en bicicleta” se ponía en marcha aprendí a ir en bicicleta. Me enseñó mi hijo de cuatro años que entonces llevaba una bici de equilibrio. Miraba cómo lo hacía él, disimulando todo lo que podía (risas).
Desde entonces, me desplazo siempre que puedo en bicicleta y, sin duda, moverme en grupo por la ciudad con “Damas en bicicleta”, me ha ayudado a sentirme más segura, como también ha ayudado a otras personas del grupo que se encontraban en situaciones similares.
¿Y tu primer coche?
Un R14 que heredó mi madre de mi tío y que, posteriormente, he compartido con mi hermana. Ya era viejo entonces. «Starter» automático y con dirección tan dura que para aparcar fruncía el ceño.
Un viaje en coche, moto o bicicleta que nunca olvidarás.
Fue al poco de acabar la carrera de Historia del Arte. Éramos cuatro amigos y queríamos hacer una salida en las vacaciones de Pascua. Lo bonito fue que sólo uno de ellos (Nacho, que conducía el coche de su padre) y yo sabíamos dónde íbamos a ir… y planeamos una ruta por los Pirineos pasando por todo el Valle del Bohí para ver los frescos románicos. Mapa en mano, íbamos recorriendo kilómetros y aumentando la intriga de hacía dónde nos dirigíamos, si acabaríamos en un lugar de montaña, dónde dormiríamos y a qué distancia estábamos de nuestro destino. Fue un viaje maravilloso, de música y carretera, en el que sentimos la confianza de los amigos al dejarse llevar sabiendo que lo importante era viajar, más que llegar a un sitio concreto.
¿Cuál es tu ciudad favorita para caminar?
Podrían ser muchas, pero os cuento Cádiz. Me gusta pasear por sus calles encaladas, que huela a mar y a estero. Me apasionan los pasajes que cambian gracias a las mareas. Guardo buenos recuerdos de mi infancia y tengo pendiente recorrerla en bicicleta.
Cuando llegas a una ciudad desconocida, ¿en qué transporte te gusta recorrerla?
Hasta ahora el metro. Tengo muy mala orientación, pero con el metro me muevo bien. Digo hasta ahora porque espero, pronto, decir la bicicleta.
¿Hábitos y manías en tus transportes diarios?
El transporte que más utilizo es el metro, por dos razones principalmente. Una es por mi recién vida de ciclista y la otra porque allí veo a mi «amiga del metro», Bea. Es una historia bonita, repitiendo los mismos gestos rutinarios día tras día y, probablemente, siendo las únicas del vagón que no miramos el móvil mientras viajamos, nos llevó a darnos un día los buenos días, hablar un poco y otro día otro poco más y ahora es una persona cercana que aprecio mucho. Hubo un momento que llegamos a ser un grupo de cuatro “amigos de metro” pero los cambios de rutina a veces son determinantes.
¿Qué medio de transporte de ficción te gustaría probar al menos una vez?
Montar sobre el lomo blanco Fújur, como Atreyu en La historia interminable. Con la banda sonora de fondo, claramente.
¿Qué viaje tienes como asignatura pendiente y en qué transporte te gustaría hacerlo?
A México, en barco.
¿Cómo imaginas el futuro de la movilidad?
Creo que la visión de futuro está cambiando a muchas de nosotras. El movimiento activista, desde el ámbito local hasta Greta Thumberg, están impulsando una concienciación y un cambio en nuestras rutinas. Es verdad que dicho cambio muchas veces no se puede visibilizar, pues no disponemos de alternativas cómodas a los medios de transportes más contaminantes. Imagino, o deseo, una movilidad en la que tomemos conciencia de las distancias reales y en la que desplazarse sea por sí solo una acción. Una movilidad en la que vuelvan a haber trenes nocturnos y una buena vía de comunicación por tren, que no esté basada en los coches y aviones como principal recurso y, que en las distancias cortas, sea la bicicleta la que tome las calles.
Foto: Verónica Francés Molina