Foto: Nuria Andrés Sáez

Rick Treffers (Heemstede, Holanda, 1967) es músico. Ha grabado discos bajo su nombre, como Mist o ya cantando en castellano como El Turista Optimista. Su discografía es como una compacta enciclopedia pop, elegante, melódica, intimista y festiva cuando toca, llena de detalles y arreglos, pero sobre todo de canciones que todo el mundo querría (o debería querer) cantarlas y vivirlas.

Treffers anda lesionado y ha tenido que posponer todos sus planes musicales para el 2020, entre ellos su próximo álbum, la resurrección de El Turista Optimista o una marcianada escénica titulada «¡Nino Bravo está vivo!». Mientras tanto cuida a su madre en Holanda y se gana la vida en España en el sector turístico. Trabaja como guía acompañante de holandeses en viajes en autobús por todo el país y de guía de turismo en Valencia, según explica «si las autoridades en València me dejan y el Ministerio en Madrid me homologa mi título a tiempo, después de un retraso descomunal de dos años y medio».

Un recuerdo de infancia o juventud relacionado con viajar en coche.
Con mis padres viajamos varias veces al camping El Toro Bravo, entre Gavà y Castelldefels, Barcelona. En los años 70. Éramos unos de los turistas atraídos por el slogan “Spain Is Different”. Detrás del Renault 4 TL blanco —más adelante sustituido por un Renault 6 TL azul y un Renault 12 TL rojo— llevábamos un carrito para los trastos, tienda de campaña, el puré de manzanas de la marca holandesa HAK, chocolatitos ‘hagelslag’ para el bocadillo y una ‘margarina especial para camping’, porque desconocíamos la existencia del aceite de oliva. Encima del carrito transportábamos un barquito blanco de vela.

Una vez, de camino a Francia, se nos quemaron dos válvulas del motor y tuvimos que trasnochar en un camping cerca del taller por Clermont-Ferrand. No teníamos tarjeta de crédito pero podíamos pagar con unos cheques del ANWB (el RACE holandés). Los franceses nos timaron seguro. En Barcelona, no hubo autopista aún y tuvimos que atravesar la Gran Vía de les Corts de Barcelona —que por aquel entonces se llamaba Avenida de José Antonio Primo de Rivera— para poder llegar al camping, que estaba al lado del río Llobregat, que olía muy muy mal, y mi madre se puso mala por picaduras de mosquitos. Luego fuimos a una carrera de motos (24 horas) en el Montjuïc con un tal Johan van der Wal, un motociclista holandés que era nuestro vecino en el camping. Me encantó el Renault 4. Y el pollo a l’ast.

¿Cómo era tu primera bicicleta?
Una tipo chopper bajita de color ocre, lleno de pegatinas inocentes de niño.

¿Y tu primer coche?
Un Datsun Cherry del año 1979.

Un viaje en coche, moto o bicicleta que nunca olvidarás.
En el Datsun me mudé a España por primera vez en 1990. Llegué primero a la ciudad de Alicante. Al llegar, la policía nacional me hizo una inspección de drogas y rompieron todas mis cajas (donde llevaba mi guitarra y mi máquina de cuatro pistas). Bienvenido, Mr. Treffers! Luego, el trabajo que me habían prometido al final no salió (la mentalidad mediterránea aún no la entendía). Desde allí viajé directamente al pueblo de Piedrahita, en la Sierra de Gredos, donde trabajé de friegaplatos y cocinando hamburguesas en el Bar Danubio.

Una noche de mucho frío, se paró el motor del Datsun en medio de la carretera. Los borrachos del bar no me quisieron ayudar. No me acuerdo bien cómo acabó, la verdad. Luego, de camino a Salamanca para visitar a mi primera novia, Mercedes, que después se fue a servir a la Guardia Civil en Canarias, se me estropeó la bomba de agua del coche. Ya que la marca Datsun no existía en España, mi padre en Holanda se fue a un desguace y me lo mandó a Piedrahita. Pero Correos tardaba 6 semanas en entregarme el paquete, porque mi padre había puesto ‘provincia de Salamanca’ en el paquete, pero Piedrahita está en Ávila. Mientras tanto cogía el bus a Madrid para ir buscando otro trabajo (y otra novia).

¿Cuál es tu ciudad favorita para caminar?
Madrid
. Suelo alojarme en casa de mi amiga Ana Béjar, que vive cerca de la Plaza de España. Desde allí voy a la Casa del Campo o hacia el Rastro o Lavapiés. A veces, subo hacia el barrio de Conde Duque para comer en un restaurante de comida oriental. A veces, camino hasta la Plaza de Olavide, por donde vivía en los 90. Madrid tiene mucha vida, cultura e historia y me gusta parar para tomar una caña y una tapa. Y las cuestas, que en Holanda no las tenemos, me encantan (y son más humanas que las de Cuenca).

Cuando llegas a una ciudad desconocida, ¿en qué transporte te gusta recorrerla?
A pie y a veces en metro para llegar a los sitios. Llegar a París o Londres, coger un metro, subir en cualquier sitio y ubicarme sin GPS es una de las cosas que solía gustarme mucho cuando era joven. Tengo un sentido de la orientación buena. La única ciudad donde solía siempre perderme era Valencia, pero esto ya se ha solucionado.

¿Hábitos y manías en tus transportes diarios?
Soy holandés, hago todo en bici, si llueve o nieva, da igual. A veces voy a los muelles de los cruceros a las 8 de la mañana en el puerto de València para recoger turistas y me miran raro las autoridades. En València tengo que adaptarme a las reglas y a la gente española, que tiene mucho miedo a las bicis todavía.
En Ámsterdam casi ningún ciclista respeta las reglas, es anarquía total, pero funciona, porque tienen mucha experiencia. En València, me gusta ir en bici a mi playa favorita, en Pinedo, y también el carril bici hacia Meliana me encanta, por la huerta valenciana. Mola que ahora haya tantos carriles bicis en Valencia. En Ámsterdam solía transportar guitarras, samplers y teclados en la bici, pero ahora me he jodido la espalda y esto ya no lo haría.

¿Qué medio de transporte de ficción te gustaría probar al menos una vez?
Me gustaría que me llevara El Holandés Errante en su barco volador un día, para ver si realmente hizo un pacto con el diablo. A mí me suelen llamar el holandés errante y de alguna manera es verdad, el destino al parecer nunca me deja aterrizar del todo en un sitio u otro, sigo vagando entre al menos dos tierras. Igual tengo que sacar el demonio pronto para poder encontrar la paz.

¿Qué viaje tienes como asignatura pendiente y en qué transporte te gustaría hacerlo?
Tengo muchas ganas de conocer a Japón y me encantaría ir en coche, atravesando Rusia, y de camino aprender algo de ruso y cantar armónicos en la provincia de Tuva, esto sería una gran aventura. Preferiblemente viajaría con la mujer de mi vida. O con un amigo, más probable.

¿Cómo imaginas el futuro de la movilidad?
Espero que mejoren los precios, las conexiones y la velocidad de los trenes, porque es la manera más bonita de viajar en mi opinión. Social, seguro, se ve el paisaje, etc. Está claro que tenemos que hacer todo más en ‘plan verde y con energía renovable’ e intentar que las ciudades sean casi exclusivamente para los peatones, motos y ciclistas. Molaría también que la familia real viajara siempre en un globo aerostático. Intocable pero ecológico.